La poeta Esther Garboni ha escrito una reseña
interesantísima y muy hermosa de "Hallar la casa" en el
último número de la revista Nayagua, publicada por el Centro de
Poesía José Hierro.
Es un honor que una poeta admirada
como ella haya recorrido los versos de esta casa. Hace un tiempo leí su último poemario “A mano alzada” de la
editorial Libros de la Herida y me encantó. En él muestra un
recorrido por el dolor y la belleza como forma de reconstrucción y
sanación y como vía para acercarnos a la esencia del arte, del
lenguaje y de la poesía. Y, lo que me pareció muy hermoso, sentí
que lo hacía desde un lugar de cuidado y comunicación con el lector/a, como si me llevara de la mano, con amor y agradecimiento,
alentándome a participar en esa búsqueda, para luego ir diluyéndose
y dejarme ahí, frente al asombro de lo verdadero. Un cachito de mí
sigue en ese lugar.
Hallando la casa de
Beatriz Viol
- Esther Garboni -
Cae,
al fin, tras un chasquido, el fruto a la tierra. Cubierta todavía
por su cáscara verde, la castaña aún pincha. La poeta observa,
revisa, busca... halla. Comienza así el camino, viaje interior, a lo
largo del cual habrá de despojarse, ella también, de lo superfluo,
para encontrar, no una casa –y ni siquiera una «habitación
propia» como Woolf–, sino una identidad resistente a las trampas
del tiempo, los vínculos y las fronteras, que le permita ser hoja
que vuela y que constantemente se despide, sin dejar por ello de ser
raíz para «sentir cómo llega desde lo profundo el latido de la
tierra» y al mismo tiempo, «ser nido» y poder llevar ella misma
«en el pecho un bosque...».
Porque,
si algo consigue Beatriz Viol con este libro, es enseñarnos a no ser
extranjeros de nosotros mismos. A buscarnos en lo grande y en lo
pequeño; en lo vivo y en lo inerte; en el interior de una casa y en
las calles de una gran ciudad. A hallarnos. A habitarnos.
Y
en este proceso, Viol se halla a sí misma, y nosotros con ella, en
los objetos cotidianos (una manta, un nido, la cerveza...), pero
también en los espacios lejanos (Barcelona, Londres, Edimburgo...),
derribando las fronteras –interiores y exteriores– de su propio
ser e impregnando delicadamente, como la lluvia de su poema, todo.
Existe
en su poesía una suerte de contaminación emocional sobre los
objetos que la rodean, con los que nunca llega a establecer un
vínculo de posesión; más al contrario, los dota de su propia
esencia vital sin apegarse a ellos. Y así la vemos en sus botas, en
las raíces del castaño, en las piedras y los palos, en las
marionetas, en el sofá negro...; no poseyendo las cosas, pero
estando y siendo en ellas.
Sin
embargo, el desarraigo es, en realidad, una nota de fondo en este
libro cargado de contenida nostalgia. La poeta tuvo una casa, donde
«habitaba el tiempo vivo del ahora», y a ella regresa en la tercera
parte del poemario. Allí se nos descubre la esencia que vertebra
temáticamente el libro: hay personas que son casa («este cuerpo,
que es mi casa, se prepara hoy para acogerme»), hay personas que
fueron cosas («mi madre fue mi cuna, mi abrazo, mi plato»), y en
esta paradójica cosificación, se entiende la poderosa
espiritualidad de la poeta que se purga en soledad y se eleva de lo
material a través, precisamente, de la sublimación que solo la
poesía permite.
Porque
Hallar
la casa
es el hallazgo, también, de la palabra que traduce el hueco que el
idioma deja intacto a lo inefable, como quien amuebla una realidad de
paredes vacías («aprender un idioma se parece a escribir poesía»).
Y es en el conocimiento del lenguaje y de sus carencias donde se
fragua la palabra poética («me pareció que el término caricia
apenas tenía sinónimos»). Mientras que, por el contrario, lo
cotidiano y prosódico se presenta con una riqueza desproporcionada,
irreverente y casi innecesaria («en las calles de Londres supe que
había / infinidad de palabras para nombrar la lluvia»).
Es,
por tanto, el camino hacia el encuentro de la poesía. Una poesía,
la de Viol, que nos muestra, con una belleza mesurada, casi pudorosa,
senderos conocidos por los que todos hemos transitado, búsquedas
compartidas, ausencias y presencias de las que podemos participar
sentados/as en el sofá de esta casa cuyas puertas se nos abren
generosamente para permitirnos asistir al encuentro.
Y
es que, en efecto, tras el íntimo viaje de ida y vuelta, al fin
llega Beatriz Viol a hallar, no tanto la casa, como el hogar. Y nos
recibe en él. Y nos ofrece protegernos de la lluvia que nos ha
acompañado a lo largo de todo el recorrido y, al calor de su
palabra, descubrimos, en el silencio del que escucha atento, la
belleza sin aspavientos de su verso certero.
Bien
hallada tú, Beatriz Viol. Maravilloso hallazgo.
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