18 February 2019

Esther Garboni reseña "Hallar la casa" en la revista Nayagua

La poeta Esther Garboni ha escrito una reseña interesantísima y muy hermosa de "Hallar la casa" en el último número de la revista Nayagua, publicada por el Centro de Poesía José Hierro. 

Es un honor que una poeta admirada como ella haya recorrido los versos de esta casa. Hace un tiempo leí su último poemario “A mano alzada” de la editorial Libros de la Herida y me encantó. En él muestra un recorrido por el dolor y la belleza como forma de reconstrucción y sanación y como vía para acercarnos a la esencia del arte, del lenguaje y de la poesía. Y, lo que me pareció muy hermoso, sentí que lo hacía desde un lugar de cuidado y comunicación con el lector/a, como si me llevara de la mano, con amor y agradecimiento, alentándome a participar en esa búsqueda, para luego ir diluyéndose y dejarme ahí, frente al asombro de lo verdadero. Un cachito de mí sigue en ese lugar.




Hallando la casa de Beatriz Viol
- Esther Garboni -

Cae, al fin, tras un chasquido, el fruto a la tierra. Cubierta todavía por su cáscara verde, la castaña aún pincha. La poeta observa, revisa, busca... halla. Comienza así el camino, viaje interior, a lo largo del cual habrá de despojarse, ella también, de lo superfluo, para encontrar, no una casa –y ni siquiera una «habitación propia» como Woolf–, sino una identidad resistente a las trampas del tiempo, los vínculos y las fronteras, que le permita ser hoja que vuela y que constantemente se despide, sin dejar por ello de ser raíz para «sentir cómo llega desde lo profundo el latido de la tierra» y al mismo tiempo, «ser nido» y poder llevar ella misma «en el pecho un bosque...».

Porque, si algo consigue Beatriz Viol con este libro, es enseñarnos a no ser extranjeros de nosotros mismos. A buscarnos en lo grande y en lo pequeño; en lo vivo y en lo inerte; en el interior de una casa y en las calles de una gran ciudad. A hallarnos. A habitarnos. 
 
Y en este proceso, Viol se halla a sí misma, y nosotros con ella, en los objetos cotidianos (una manta, un nido, la cerveza...), pero también en los espacios lejanos (Barcelona, Londres, Edimburgo...), derribando las fronteras –interiores y exteriores– de su propio ser e impregnando delicadamente, como la lluvia de su poema, todo.

Existe en su poesía una suerte de contaminación emocional sobre los objetos que la rodean, con los que nunca llega a establecer un vínculo de posesión; más al contrario, los dota de su propia esencia vital sin apegarse a ellos. Y así la vemos en sus botas, en las raíces del castaño, en las piedras y los palos, en las marionetas, en el sofá negro...; no poseyendo las cosas, pero estando y siendo en ellas. 
 
Sin embargo, el desarraigo es, en realidad, una nota de fondo en este libro cargado de contenida nostalgia. La poeta tuvo una casa, donde «habitaba el tiempo vivo del ahora», y a ella regresa en la tercera parte del poemario. Allí se nos descubre la esencia que vertebra temáticamente el libro: hay personas que son casa («este cuerpo, que es mi casa, se prepara hoy para acogerme»), hay personas que fueron cosas («mi madre fue mi cuna, mi abrazo, mi plato»), y en esta paradójica cosificación, se entiende la poderosa espiritualidad de la poeta que se purga en soledad y se eleva de lo material a través, precisamente, de la sublimación que solo la poesía permite.

Porque Hallar la casa es el hallazgo, también, de la palabra que traduce el hueco que el idioma deja intacto a lo inefable, como quien amuebla una realidad de paredes vacías («aprender un idioma se parece a escribir poesía»). Y es en el conocimiento del lenguaje y de sus carencias donde se fragua la palabra poética («me pareció que el término caricia apenas tenía sinónimos»). Mientras que, por el contrario, lo cotidiano y prosódico se presenta con una riqueza desproporcionada, irreverente y casi innecesaria («en las calles de Londres supe que había / infinidad de palabras para nombrar la lluvia»). 
 
Es, por tanto, el camino hacia el encuentro de la poesía. Una poesía, la de Viol, que nos muestra, con una belleza mesurada, casi pudorosa, senderos conocidos por los que todos hemos transitado, búsquedas compartidas, ausencias y presencias de las que podemos participar sentados/as en el sofá de esta casa cuyas puertas se nos abren generosamente para permitirnos asistir al encuentro. 
 
Y es que, en efecto, tras el íntimo viaje de ida y vuelta, al fin llega Beatriz Viol a hallar, no tanto la casa, como el hogar. Y nos recibe en él. Y nos ofrece protegernos de la lluvia que nos ha acompañado a lo largo de todo el recorrido y, al calor de su palabra, descubrimos, en el silencio del que escucha atento, la belleza sin aspavientos de su verso certero. 
 
Bien hallada tú, Beatriz Viol. Maravilloso hallazgo.

No comments:

Post a Comment